Abdón, sus paredones y sus grabados se habían negado dos veces, ésta la tercera era la definitiva, cruzamos el Río de las Burras, y sin problema avanzamos primero sobre el apacible pueblito envuelto en calma dominguera, y luego entre paredones rojizos y marrones, frágiles, tallados caprichosamente por el viento y las lluvias de verano
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