Y llegamos a Las Papas, una docena de casitas, una escuela que no funciona, un salón comunitario prestado por una minera, un sólo vehículo, un río por cruzar que suele tornarse bravísimo dejando aislado al pueblito por tiempo indeterminado, cuatro mamás solteras que perdieron su trabajo en la pequeña minera por presión de grupos ecológicos de Fiambalá, que ni enterados están de su situación, una comunidad intrigada con los viajeros que prestamente prepara unos riquísimos bifecitos de cordero fritos con ensalada, todo se resuelve en una cuadra, más la iglesita y la cancha de fútbol ubicadas cerro arriba. Ocho horas de marcha para arribar a un lugarcito poblado por gente anónima, escondida, olvidada, curtida por trabajos duros, pero presta y solidaria como la mejor.
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