Ni remotamente uno se imagina el proceso que determina que una piedra se convierta casi en una fiel escultura de dos lagartos desafiantes alzados sobre dos columnas custodiando la puerta de una fortaleza de fantasía, camino extasiado, toco la textura de los paredones, chorreados por el agua que devuelve a la vida durante tres meses a éste desierto de formas, manchas de un maquillaje rojizo que chorrea la cara de cada piedra en una visión hasta sensual.
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